jueves, 2 de agosto de 2007

La Muerte


La Muerte, compañera inseparable de su hermana menor, a quien vence sin remedio y de la que se nutre... La Muerte, jugadora imbatida por invencible en las artes del vivir... La Muerte, personaje temido por su presencia inesperada producida casi siempre a destiempo... La Muerte, motivo de danzas y juegos macabros derivados del que hacer medieval... La Muerte, sayo velado, raído y negro como la noche oscura que acoge en su seno a todos por igual, sombras y seres, alejados de la Luz celeste... LaMuerte, ser de cara pálida, cadavérico, lunar, pues es el satélite el puente entre lo propio y el más allá, y morada del primer difunto (en euskara, "ilargia", aunque más bien debería escribirse, o bien con la fatídica grafía muda que aquí encarna el silencio sepulcral, o bien si ella, más entonces la propia muerte debería desnudarse de tal atributo)... La Muerte, contrapartida obligada al Ser occidental... La Muerte,objeto de acumulación de festividades propias en su honor... por ser, junto a Nyx o la Noche los únicos seres verdaderamente evitados por la divinidad... La Muerte, en fin, postrero ritual de paso a un tipo de existencia ulterior.

Según el diccionario:

Muerte: Cese de las funciones vitales sin posibilidad de reanimación, con la aparición de fenómenos cadavéricos de forma progresiva, incluyendo signos de putrefacción y cambios químicos hísticos tales como livideces o hipóstasis, enfriamiento, rigidez y deshidratación...

I. Naturaleza de la muerte

1. Aspectos filosóficos

La muerte, desde el punto de vista filosófico (al menos en la filosofía hilemórfica) consiste en la separación del cuerpo y del alma: “¿En qué momento tiene lugar eso que nosotros llamamos la muerte? Este es el punto crucial del problema... La muerte puede significar la descomposición, la disolución, una ruptura. Esta se produce cuando el principio espiritual que constituye la unidad del individuo no puede ya ejercer sus funciones sobre el organismo y en él, cuyos elementos, al ser abandonados, se disocian por sí mismos”.

Una vez que el cuerpo y el alma “se separan, no tendremos una sola forma cadavérica que substituya de manera definitiva y estable al alma espiritual sino que en el cadáver se va produciendo una ‘sucesión continuada’ de formas substanciales hasta la última reducción material, esqueleto óseo o cenizas residuales. Aristóteles concibe el ‘movimiento de corrupción’ de los seres vivientes como un continuo alternarse de formas substanciales educidas de la potencialidad de la materia y cada vez menos perfectas. Nada impediría, según esta hipótesis, que el alma espiritual fuese inmediatamente substituida, luego de su separación del cuerpo o momento de la muerte real de la persona humana, por un alma o forma substancial meramente vegetativa, y ésta, a su vez, por sucesivas formas substanciales inanimadas”.

Pío XII decía: “ Corresponde al médico dar una definición clara de la muerte y del momento de la muerte de un paciente que agoniza en un estado de inconsciencia. Por eso se puede retomar el concepto usual de la separación completa y definitiva del alma y del cuerpo; pero, en la práctica, habrá que tener en cuenta la imprecisión de los términos ‘cuerpo’ y ‘separación’”.

2. Definición científica de la muerte

La muerte implica que el organismo ha sucumbido como unidad funcional, y no, en cambio, que todo el organismo y sus células están muertas en sentido estrictamente biológico. De ahí la definición del “Comité para la Definición de la Muerte”, del grupo de trabajo de la Pontificia Academia de Ciencias, reunido en la Ciudad del Vaticano en 1989: “Una persona está muerte cuando ha sufrido una pérdida total e irreversible de la capacidad para integrar y coordinar todas las funciones del cuerpo –físicas y mentales– en una unidad funcional”.

Señala el Dr. Hugo Obliglio que “esta definición enfatiza que la capacidad para coordinar las funciones físicas y mentales tiene que haber sido perdida en todo sentido y que este estado sea irreversible. Así una persona puede estar muerte aunque ciertas funciones todavía permanezcan, como el metabolismo y la circulación en órganos y tejidos individuales. Estas circunstancias, de todas maneras, no son de interés, si toda la capacidad para coordinar las funciones mentales y corporales se ha perdido. Esta permanencia de las funciones en tejidos y órganos puede ser vista como signo de que el proceso de vida que termina en una destrucción completa de las células, no ha llegado aún a su punto final.

“Esta permanencia de las funciones en tejidos y órganos no puede persistir como un fenómeno aislado por ningún período de tiempo considerable si la coordinación entre las funciones se ha perdido. Es una capacidad exclusiva del organismo el unir y coordinar las funciones mentales y físicas en una unidad que no puede ser reemplazada por medios artificiales o por tecnología médica.

“Debe ser observado que esta definición incluye la palabra total pérdida de la capacidad para integrar. Esto quiere decir que varios tipos de deficiencia mental, aun los más severos –causados por desórdenes congénitos o adquiridos– no pueden ser nunca equiparados con la muerte, ya que en estos casos, por ejemplo autistas, dementes, seniles y personas comatosas crónicas, todavía persiste un número de funciones de coordinación, aunque de una manera muy reducida en la mayoría de los casos”.

Teniendo esto en cuenta, ¿cuál es la función del individuo cuya pérdida total e irreversible puede decirse que implica que el individuo ha perdido definitivamente todas las capacidades para unir y coordinar las funciones físicas y mentales del cuerpo en una unidad? Sigue explicando Obiglio: “Obviamente el cerebro ocupa una posición especial en relación a esto. El cerebro es un prerrequisito para la conciencia, la actividad intelectual, los movimientos voluntarios, la memoria y las emociones así como también para la regulación de la respiración, la presión sanguínea, la temperatura, la digestión, etc. Si todas estas funciones superiores e inferiores de regulación del cerebro son perdidas total e irreversiblemente, no hay una permanencia de la coordinación de las funciones del organismo, y debido a la irreversibilidad, este deja de estar vivo”.

“Es importante enfatizar que las funciones físicas del cuerpo de un individuo no son instantáneamente, sino sucesivamente eliminadas una vez que el cerebro ha dejado de funcionar. Algunas de ellas, como la respiración y la actividad del corazón, cesan casi instantáneamente, pero estas funciones pueden ser sostenidas por un tiempo limitado, generalmente no más que unos pocos días, con la ayuda de medios artificiales. (Algunos reflejos espinales pueden sobrevivir por algunos días aun después de un cese completo e irreversible de todas las funciones cerebrales”.

Este concepto de muerte es plenamente compatible con la noción filosófica, es más, parece ser su traducción clínica, pues es el alma, como forma substancial del cuerpo, forma única de la persona humana, la que coordina y unifica todas las funciones de la persona humana. La separación del cuerpo y del alma debe redundar precisamente en la descoordinación total e irreversible de todas las funciones mentales y físicas del sujeto.

No debería hablarse de “muerte cerebral” “puesto que puede llegar a distinguirse también una muerte cardíaca, una muerte pulmonar, etc. La muerte no puede conllevar adjetivos. Una persona está vida o está muerta”.

De todos modos señalo que algunos hoy en día sostienen como concepto de muerte la detención del corazón y paro cardio-respiratorio, y no la pérdida total e irreversible de todas las funciones cerebrales (es decir, la muerte del entero encéfalo).

Por tanto, debe desecharse como “muerte”, la llamada muerte aparente. Ésta es aquella en la que las funciones están marcadamente atenuadas y sólo se las puede percibir mediante equipos altamente capacitados. Se sobreentiende que no se trata de muerte real, por más dificultad que exista en orden a la percepción técnica. En este sentido, se trata de “muerte” tan sólo aparente la antigua clasificación de los tres primeros niveles comatosos, a saber: el “coma simple o leve”, que es una pérdida de la conciencia y de la motilidad voluntaria pero en el que, aún cuando las funciones neurovegetativas puedan estar parcialmente comprometidas, permanecen los movimientos automáticos de reacción frente a estímulos físicos externos; el “coma grave”, en el que, a consecuencia de daños serios en los centros reguladores, cesa toda regulación de cada una de las funciones en sí mismas y de las correlaciones entre diversas funciones; y el “coma profundo” (o “coma carus”), en el que las funciones, primero enloquecidas en exceso, tienden a apagarse.

Por otra parte, también debe desecharse científica y filosóficamente como concepto de muerte la “descomposición” del cadáver. Es indudable de que cuando se produce este fenómeno el sujeto está realmente muerto; pero también es cierto que la muerte no consiste en la descomposición sino en algo anterior, mientras que la descomposición el punto final de un proceso más o menos largo iniciado con la muerte.

II. EL CRITERIO PARA VERIFICAR LA PÉRDIDA TOTAL E IRREVERSIBLE DE TODAS LAS FUNCIONES

Ya hemos dicho que la muerte consiste filosóficamente en la separación del cuerpo y del alma; y científicamente en la pérdida total e irreversible de todas las funciones, según dijimos más arriba. El interés de la ciencia médica es encontrar un “criterio” seguro que permita establecer que se ha producido la pérdida total e irreversible de todas las funciones. Es decir, el problema consiste en determinar con exactitud cuál o cuáles signos físicos o biológicos constituyen un indicio cierto de dicho fenómeno, es decir, cuáles son los signos que configuran una presunción (ya que no puede darse experiencia directa) objetivamente fundada de que ha acaecido la separación entre cuerpo y espíritu: “El momento de esta ruptura no puede percibirse directamente, y el problema está en identificar sus signos”.

No voy a considerar aquí el criterio para constatar el advenimiento de la muerte que sostienen quienes aceptan lo que hemos llamado más arriba “muerte aparente”. Para estos, la muerte puede considerarse ocurrida cuando se constata la pérdida irreversible de la conciencia (pérdida de la capacidad de relación). Es evidente que no es esto la muerte y por tanto, proceder a cualquier acción contra la persona que se encuentra en tal estado puede constituir una auténtica eutanasia positiva.

Fuera de éste podemos señalar dos posiciones.

1. El criterio cardio-respiratorio como criterio directo

Los que colocan la muerte en el paro cardio-respiratorio, necesariamente aceptarán sólo el criterio cardio-respiratorio, es decir, la detención del corazón como “signo” de la muerte avenida. Los que defienden esta posición niegan tanto la validez de los signos como el mismo criterio de muerte encefálica. Por este motivo consideran que la ablación del corazón con el criterio de muerte cerebral o encefálica constituye un homicidio culposo.

2. El criterio de la pérdida total e irreversible de todas las funciones

La posición que define la muerte como pérdida total e irreversible de todas las funciones mentales y físicas, etc., tal como lo hemos puntualizado más arriba, reconoce dos criterios, uno directo y otro indirecto.

1) Criterio indirecto: relacionado con el corazón

“La pérdida total e irreversible de todas las funciones cerebrales, implica un paro cardíaco y respiratorio, de más de 15 a 20 minutos como regla. Durante este tiempo, el tejido cerebral sucumbe irreversiblemente debido a la falta de oxígeno. De aquí que el criterio indirecto es siempre suficiente para probar una pérdida total e irreversible de todas las funciones cerebrales.

El criterio indirecto, no es siempre válido en nuestros días ya que la respiración y la actividad cardíaca pueden ser mantenidas artificialmente, aunque todo el funcionamiento cerebral haya sido perdido irreversiblemente. De todas maneras, el criterio indirecto de muerte ha sido y permanecerá aplicable en el futuro en más del 99% de las muertes”.

2) Criterio directo: criterio de muerte relacionado con el cerebro

La gran mayoría acepta el criterio neurológico, es decir, la muerte del entero encéfalo (incluidos los centros profundos que comandan las funciones vegetativas) como definición de la muerte de la persona, y acepta también el conjunto de los signos que prácticamente se contiene en todas las legislaciones que siguen el criterio de la muerte encefálica. Podemos señalar, entre otros, al grupo de científicos reunidos por la Pontificia Academia de las Ciencias (en 1985 y 1989); entre los moralistas se cuentan: Mons. Elio Sgreccia, Lino Ciccone, G. Perico, D. Tettamanzi.

Este criterio es usado en un número reducido de pacientes, generalmente bajo cuidados intensivos, en los que la actividad cardíaca y pulmonar es mantenida artificialmente por medio de un respirador. Según Obiglio sería usado en un 0,2-0,7 de las muertes, esto es de 200 a 300 casos por año, por ejemplo en Suecia. Este criterio es usado en pacientes que han sufrido un infarto total de cerebro, también llamada, mal según hemos dicho, muerte cerebral.

La conclusión de la Pontificia Academia de las Ciencias (que, hay necesidad de aclararlo, no es órgano del Magisterio Pontificio, ni compromete a éste con sus conclusiones) fue la siguiente: “Una persona está muerta cuando ha sufrido una pérdida irreversible de toda capacidad de integrar y de coordinar las funciones físicas y mentales del cuerpo. La muerte sobreviene cuando: a) las funciones espontáneas cardíacas y respiratorias cesaron definitivamente; b) se verificó una cesación irreversible de toda función cerebral. Del debate ha surgido que la muerte cerebral es el verdadero criterio de la muerte, ya que la detención definitiva de las funciones cardio-respiratorias conduce muy rápidamente a la muerte cerebral. El Grupo ha analizado, por tanto, los diversos métodos clínicos e instrumentales que permiten constatar tal detención irreversible de las funciones cerebrales. Para estar ciertos –electroencefalograma de por medio– que el cerebro se ha vuelto plano, es decir, que no presenta actividad eléctrica alguna, es necesario que el examen sea efectuado al menos dos veces con una distancia de seis horas”.

Es la posición ha sido recogida literalmente por el Pontificio Consejo para la pastoral de los agentes de la salud.

El Grupo de Trabajo de la Pontificia Academia de las Ciencias habla de pérdida irreversible y total de la capacidad de integrar y coordinar las funciones físicas y mentales del cuerpo. No se trata, por tanto, de la pérdida de la conciencia tal como se da en el coma profundo (que no comporta necesariamente la previsión de irreversibilidad), ni la cesación de la actividad eléctrica del cerebro (electroencefalograma plano), porque tal señal se refiere solo a la actividad de la parte externa, cortical, del encéfalo. Es necesaria la inactividad o muerte de los centros internos, más profundos, del encéfalo, es decir, de aquellos centros que son responsables de la unificación de las funciones orgánicas.

Giacomo Perico opina que los parámetros más claros son los dados por el II Congreso de la Sociedad Italiana de Trasplantes de Órganos: “Se puede asegurar con certeza la diagnosis precoz de muerte cuando concurren las siguientes condiciones: a) coma profundo con atonía muscular, arreflexia tendinosa, indiferencia de los reflejos plantares, midiasis paralítica con ausencia del reflejo corneal y del reflejo pupilar a la luz; b) ausencia de respiración espontánea después de suspender la artificial; c) ausencia de actividad eléctrica espontánea y provocada. La obtención de tales parámetros deberá hacerse continuamente, en ausencia de suministración de fármacos depresivos del sistema nervioso y de condiciones de hipotermia inducida, por espacio de 24 horas para coma por lesión primitiva encefálica y de 48 horas para coma por lesión encefálica secundaria”.

“Supuesta la observancia de estas condiciones –acota el Padre Basso– la teología moral no tiene objeciones ante la declaración de muerte”.

Mons. Sgreccia, por su parte, considera garantía suficiente desde el punto de vista ético las disposiciones del proyecto de ley italiana, que sustancialmente coincide con lo anterior, aclarando que el momento de la muerte estaría determinado, según este proyecto de ley, por el inicio y simultaneidad de las condiciones predichas:

“1) Estado de coma profundo (Ciccone precisa que debe entenderse en el sentido de coma depassé) acompañado de ausencia completa de reflejos de tronco cerebral y precisamente:

a) rigidez pupilar incluso a la luz incidente

b) ausencia de reflejos corneales

c) ausencia de respuesta motoria en los territorios inervados por los nervios craneales

d) ausencia del reflejo de deglución; ausencia de tos suscitada por las maniobras de aspiración traqueo-bronquial

2) Ausencia de respiración espontánea a pesar de una situación seguramente acertada de normocapnia

3) condiciones de silencio eléctrico cerebral”.

Señala el mismo Sgreccia: “No es suficiente la pérdida de las funciones de relación por el compromiso de la corteza cerebral, aunque fuera de modo irreversible; sino que es necesario que estén muertos los núcleos más profundos del encéfalo, que unifican las funciones vitales. No se puede introducir la distinción entre ‘vida biológica’ y ‘vida personal’ (vida de conciencia y relación): en el hombre, hay una vitalidad única y mientras que hay vida hay que retener que se trata de vida de la persona. Es por esto que los especialistas afirman, según cuanto prescribe la ley, que también las funciones vitales dependientes de los centros internos del encéfalo hayan cesado, para ejecutar el trasplante y accionar la respiración forzada para mantener el latido del corazón y la irrigación del órgano. Tal respiración forzada es activada después que se ha certificado que la espontánea es irrecuperable por el compromiso irreversible de los centros nerviosos internos del encéfalo del cual dependen”.

En cuanto al Magisterio propiamente Pontificio, hay que decir que no se ha expedido sobre el tema de modo explícito, limitándose a afirmar que es un punto que debe discutirse y determinarse en el plano científico. Juan Pablo II en el discurso del 14 de diciembre de 1989 se limita a incitar la continuación de las investigaciones pertinentes. El problema, por tanto, sigue exigiendo nuevas investigaciones, como queda claro en las palabras del Santo Padre en el apenas mencionado discurso ante los Participantes del Congreso organizado por la Pontificia Academia de las Ciencias, que transcribimos en sus párrafos más importantes:

“El problema del momento de la muerte tiene graves incidencias en el terreno práctico, y este aspecto también tiene un gran interés para la Iglesia, pues parece que se plantea un dilema trágico. Por un lado, está la urgente necesidad de encontrar nuevos órganos para enfermos que, sin ellos, morirían o al menos no se curarían. Con otras palabras, se puede comprender que para huir de una muerte cierta e inminente, un enfermo necesite recibir un órgano que podría darle otro enfermo, quizá su vecino en el hospital, pero de cuya muerte, aún subsisten dudas. Por consiguiente, en este proceso, el peligro que aparece es el de acabar con una vida, romper definitivamente la unidad psicosomática de una persona. Más exactamente, existe una probabilidad real de que la vida, que no puede continuar a causa de la extracción de un órgano vital, sea la de una persona viva, cuando el respeto debido a la vida humana prohíbe totalmente sacrificarla, directa y positivamente, aunque fuera en beneficio de otro ser humano al que se considerara tener razones para privilegiar... En estas condiciones, es necesario cumplir un doble deber.

Los científicos, los analistas y los eruditos deben continuar sus investigaciones y sus estudios a fin de determinar con la mayor precisión posible el momento exacto y el signo irrecusable de la muerte. Pues una vez conseguida esta determinación, desaparece el conflicto aparente entre el deber de respetar la vida de una persona y el deber de cuidar o incluso de salvar la vida de otro. Se podría conocer el momento en que lo que estaba prohibido hasta entonces –la extracción de un órgano para su trasplante– se convertiría en algo perfectamente lícito, con grandes probabilidad de éxito.

Los moralistas, los filósofos y los teólogos han de encontrar soluciones apropiadas a los nuevos problemas o a los aspectos nuevos de los problemas de siempre, a la luz de nuevos datos. Tienen que examinar situaciones que eran antes impensables, y que por eso nunca habían sido evaluadas. Con otras palabras, han de ejercer lo que la tradición moral llama la virtud de la prudencia, que supone la rectitud moral y la fidelidad al bien...”.


La Muerte no queda plasmada en un solo momento de nuestro existir, conlleva a su vez un conjunto de deberes y obligaciones de necesario cumplimiento si se pretende, de algún modo, una "vida cómoda" en el más allá. La "buena muerte" es incluso más importante que el "buen vivir", pues la vida acaba, la muerte nos perpetúa. La defunción deviene, además, en acto social, y no sólo en aspecto individual, pues mediante ésta, un ser del grupo abandona su puesto, implicando una reestructuración.Tal reubicación de los diferentes miembros se plasma tradicionalmente, al menos en las circunstancias más relevantes, en la posición ocupada durante el funeral. El ritual mortuorio sirve entonces para indicar la nueva situación; así ha funcionado tanto la denominada Nomenclatura Soviética, como el protocolo de las culturas ágrafas.Por otro lado, el mismo ritual es aprovechado para reafirmar el cargo y actividad del difunto,cuyo nombre, por una extraña relación mágica, no puede o no debe utilizarse, quizás por el miedo a que el alma del ausente pueda volver a su antigua morada. Actividades de significado similar son el cerrar ojos y boca al innombrable, poner los espejos vueltos contra la pared, y otras semejantes que dificultan la retención del alma en el habitáculo.La familia y la vecindad en su conjunto queda enterada de la nueva situación.

El reparto de la herencia, el reconocimiento de derechos y deberes, el propio ritual realizado durante el crepúsculo,tiempo liminar como fronteriza es la propia Muerte, implica a su vez una despedida y un "buen venir",ya que quien marcha se integra en otra "sociedad"; no otra cosa es la impartición de los óleos, arreglo postrero para presentarse ante la divinidad, tampoco lo es su integración, misa solemne de acuerdo a la posición social del fallecido, ni la afirmación de su agregación desarrollada durante la "misa de salida",que más bien debiera entenderse como "entrada" en otra dimensión.Con la muerte acaba un sueño, pues comienza un despertar. Con la muerte concluye una actividad, pero deja su impronta en numerosas cuestiones, pues reordena el territorio, dispone desde el más allá, al abrirse el testamento, lo que debe ocurrir en el más acá , incidiendo en un futuro que ya no le pertenece, pero del que se adueña de alguna manera. Y no se limita a eso, vana gloria es el pretender que la gente se olvide, y, para subsanarlo, se recurre al cementerio, camposanto (Campo Santo en oposición al profano) en el que los nichos (en nueva referencia a Nyx: noche) reflejan la realidad mundana en que cada uno encuentra su espacio perfectamente delimitado. Otro tanto sucede con la temporalidad, repitiendo el adiós reiteradamente en las misas de salida, de recordatorio y, anualmente,en la festividad de difuntos, celebrada el 1 de Noviembre desde, al menos, los tiempos en que la cultura celta era dominante.

La personificación de la muerte nos muestra una silueta cadavérica, cubierta con un vestido negro con capucha y una guadaña.

Azrael: en teología islámica, es el Ángel de la Muerte. Él esta escribiendo para siempre en un libro grande y borrando lo que él escribe para siempre: lo que él escribe es el nacimiento de un hombre, lo que él borra es el nombre del hombre que morirá.

El Ángel de la Muerte aparece en muchas religiones pero bajo otros nombres diferentes. Nombres Judeocristianos para el ángel de rango de muerte de Michael, Gabriel, Sammael, a Sariel.

La erudición rabínica lista 14 ángeles de muerte: Yetzerhara, Adriel, Yehudiam, Abaddon, Sammael, Azrael, Metatron, Gabriel, Mashhit, Hemah, ha-Mavet de Malach, Kafziel, Kesef, y Leviatán. El Talmud (Libro Santo judío) tiene referencias que igualan al Ángel de Muerte con Satanás y proporciona la inferencia que este ángel es malo en lugar de bueno.

Como una nota lateral, Azrael en hebreo supuestamente (según algunas fuentes) es "ayudante o auxiliador de los dioses". En Islam, Azrael (también Izra'il) según el Corán, el arcángel de muerte que espera encima nuestro y tomar el alma del cuerpo, es uno de los cuatro ángeles más altos en el trono de Alá (Los otros son Djibril, Mikhail, y Israfil).


Proverbios

"Acostúmbrate a pensar que la muerte nada es para nosotros. Porque todo bien y mal reside en la sensación, y la muerte es privación del

sentido..."

- Epicuro

"La muerte es intransferible, como la vida."
- Octavio Paz

"Lloras a tus muertos con un desconsuelo tal, que no parece sino que tu eres eterno."
- Amado Nervo

"Circulo es la existencia, y mal hacemos, cuando al querer medirla le asignamos, la muerte y el sepulcro por extremos."
-Manuel Acuña

"La muerte es el instante en que la mariposa escapa de la oruga; en nuestro cuerpo el alma esta larvada y es la muerte quien le otorga el ser."
- Jose Vasconcelos

"La vida es un paso a la muerte, nacimos para morir."
- Carlos Trouyet

"Erotismo y muerte son una pareja inseparable como la noche y el dia, la vigilia y el sueño."

- Anónimo

"Espero ya el Ultimo Orgasmo con la Señora Muerte.....tarde o temprano....."
Joan Sancho

“Cuando eres consciente de la muerte, acabas asumiendo tu propia soledad”.
Rosa Regás

"No hay color para el Luto"
Ramoncin.

"La vida es tan corta y el oficio de vivir tan difícil, que cuando uno empieza a aprenderlo, ya hay que morirse. "
Ernesto Sabato

"Cuando se muere alguien que nos sueña, se muere una parte de nosotros."
Miguel de Unamuno.

"Como no me he preocupado de nacer, no me preocupo de morir."
Federico García Lorca.

"La muerte nunca es asumida; viene."
Enmanuel Levinas.

"La muerte tiene una sola cosa agradable: las viudas."
E. Jardiel Poncela.

"Si se muere una persona: Dios ¿Se sentiría contento, orgulloso o triste? Ya que es EL, el que supuestamente se la lleva..."

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