
"Nada saltó del ataúd. Y aunque el hombre que yacía allí dentro hubiera querido saltar, no habría podido; tenía manos y pies sujetos con clavos al fondo del féretro. Tendría unos cincuenta años y llevaba una camisa y unos pantalones de pijama, las dos piezas cubiertas de sangre. Además de los pies y manos atravesados por gruesos clavos, tenía un crucifijo clavado en el corazón y otro en la frente... -¿Quién es este tipo?, pregunté... -El hombre lobo, respondieron al unísono... -Era un hombre lobo cuando lo cogimos, pero tan pronto como lo matamos atravesando su corazón con la cruz, volvió a convertirse en hombre... La semana anterior, la gente del pueblo había encontrado en los campos los cadáveres mutilados de cuatro personas, un hombre, dos mujeres y un niño... Dos noches más tarde, tres vecinos vieron una criatura extraña del tamaño de un hombre, que caminaba sobre las patas traseras. Su cuerpo estaba cubierto de pelo largo y negro, y tenía una cola larga. Encima de la cabeza, que era la de un perro enorme, brillaba una luz débil. Y sus ojos eran de color rojo".
Estas espeluznantes declaraciones pertenecen a Douchan Gersi, investigador, escritor, y productor de series documentales quien, en sus viajes a través de Haití, descubrió sorprendido que la creencia en el hombre-lobo no sólo seguía viva, sino que hasta los periódicos se hacían eco de los testimonios de gentes que afirmaban haber visto a la mítica bestia poseída por una entidad vudú conocida como Loa Petro.
El hombre-lobo sigue tan vivo como hace quinientos años. Hasta no hace mucho, como en un caso registrado en 1946, los indios navajos perseguían a miembros de su tribu a los que consideraban hombres-lobo dedicados a la magia negra y, en 1957, la policía de Singapur investigó el caso de un hombre-lobo que aterrorizó a las enfermeras de una residencia. Una de ellas afirmó haber visto "una cara horrible y peluda, con grandes colmillos salientes".
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